En ese mismo escenario encontramos a magistrados de las Cortes Constitucionales Departamentales y del propio Tribunal Constitucional poniéndole precio a sus fallos, definiendo la suerte de los candidatos y partidos. Todo un laberinto, un cambalache, mostrando como en un escaparate los perfiles más miserables de quienes pretenden llegar a los poderes del Estado o mantenerse en los mismos.
La actividad política que debería constituirse en el principal mecanismo de convivencia democrática en Bolivia, con el tipo de protagonistas que tenemos, se convierte en su enemiga, por la grosera distorsión de la representación que ejercen, el verdadero soberano (el pueblo), no es consultado para tomar decisiones, dictar leyes o decretos y donde el interés del partido, de grupo o individual, prevalecen.
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El analista Waldo Albarracín no es miembro de Una Nueva Oportunidad. UNO alienta el debate de ideas pero no se adscribe necesariamente a los contenidos de este artículo.
